La intimidad y la armonía jugaban con nosotros
Y una ausencia invocada por su nombre
Que dejaste resbalar de tu boca en un suspiro
cercenó el momento y otros postreros.
Ni llanto, ni pasión, ni un te quiero
Todo quedó demudado, muy quieto.
Todo menos el sentimiento de dolor,
No, de fuego.
Todo menos el furor,
No, confusión y alejamiento.
El paisaje que distingo me es ajeno,
Y al mirarme en tus ojos no me veo,
Ni veo el lugar que sin mirarte sí contemplo.
Veo en tus ojos otros que no quiero
Veo en ellos el vaho de tu aliento,
Veo en ellos hasta querer quedarme ciego.
El dolor, el ardor, el furor, la pena
Me ocultan todo lo que pueda pasar luego,
Pero, aun sin verlo con los ojos, si lo veo.
Lo veo y lo repito tantas veces
Que el reposo no me asiste
Ni aun en sueños
Y va dejando un poso de cenizas,
El
tormento.
De cenizas que no mueve ningún viento,
De cenizas imbricadas con el tiempo,
De lamentos que ocultan pus y llagas
De palabras que esconden sentimientos
De tiempo perdido, sin retorno
De fracaso personal y pensamientos.
De caricias ancladas en las manos
Por no tener rumbo ni puerto
De llanto no brotado, de llanto seco.
De grito que nunca holló una garganta
De explicaciones no pedidas, no ofrecidas
De besos aferrados a los dientes
Que se asoman a los labios prisioneros,
Que parecen marcar el gesto en la boca
Y se aplacan en suspiros y se pierden
Bajo la lengua, tras los dientes, en el pecho.
Si algún día volviera a asomarme a tus ojos
Y no viera en ellos más que estos...
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