viernes, 29 de mayo de 2015

Llorar Antes de Tiempo

¿De dónde sale ese llanto tan profundo que inopinadamente te transforma? ¿Qué sentimiento te recorre y nos asalta desde tus ojos y nos vela sin reparos el entendimiento, la voluntad, la capacidad de acomodarnos a tu estado?, ¿Qué tremenda congoja te brota del alma y sale a nuestro encuentro por tus ojos, por tu cara transfigurada en máscara de dolor insoportable, por tu cuerpo todo convulso, entregado sin reparos, sin juicios, sin concesiones al sentimiento obsceno del sufrimiento indoloro?

Dudo, cuando te veo llorar de esa forma, de cuál puede ser el origen de tal caudal de sentimiento, de qué edad tiene el que llora, de cuál es el motivo último del llanto.

Nunca estoy preparado para recibir el impacto, siempre me pilla con la guardia baja, y con la guardia baja dudo si correr a guarecerme, si correr a consolarte, si correr sin más a la espera de que escampe. No sé en esos duros momentos –que duro es ver llorar a tu padre como a un niño, como a un viejo, como a un enfermo- si acercarme a ti como lo que soy, tu hijo, como lo que tú me crees, tu hermano, o simplemente como alguien que daría todo lo que tiene por saber qué te pasa y encontrar un remedio que previamente sabe que no existe.

No se papa, nadie en realidad lo sabe, si lloras porque al recordar te emocionas, si lloras porque no consigues recordar o lloras porque comprendes por un momento que alguien te está escamoteando tu vida, tu tiempo, tu memoria. No lo sé, papá, nadie lo sabe, pero lo que si se es que cuando te veo llorar lo haces con mis lágrimas, lo haces con el dolor que siento, lo haces con el tremendo temor que como hombre siento ante tú indefensión que un día podría ser la mía. Y me niego a llorar antes de tiempo.

viernes, 1 de mayo de 2015

La Batalla

Cuantos muertos más ha de cobrarse  la batalla antes de decantarse y dejar en los hombres su patética memoria. De dejar en el perdedor la amargura de sentirse humillado, lacerado tratado injustamente por el destino y por los dioses, de dejar en el vencedor la equívoca sensación de poder reclamar, imponer, su verdad por su victoria
La sangre que empapa ya la arcilla, las conciencias, las espadas, vertida sin desmayo por los cuerpos, por las armas, por los dioses sedientos e insaciables, manchará por generaciones a las tierras y a los hombres,  a la razón y a la memoria.
No importa con cuantos mantos temporales intente cubrir su vergüenza la montaña donde los muertos se acumulan. No importan los libros que la ensalcen, ni con cuantas florituras se cuenten las hazañas. En realidad no importa ni siquiera el dolor de las heridas, las vidas perdidas, la infamia que provocó la matanza. ¿Podrá el vencedor pasados los años, los siglos, los tiempos venideros, reclamar la razón de su victoria? ¿Podrá en algún momento el vencido olvidar su necesidad de una revancha, de una venganza, de otra derrota?

Lo único importante, el único legado que ha de persistir en la memoria es: ¿Cómo fuimos capaces? Y para eso no habrá respuestas inocentes, no habrá héroes que lo mantengan, no habrá discursos que borren la nefanda, la inhumana, la lacerante memoria del primer muerto, la insufrible imagen de los campos anegados por la sangre, los desgarradores gritos de victoria, los escalofriantes lamentos de agonía, el silencio vengativo de los perdedores.