¿De dónde sale ese llanto tan profundo que inopinadamente te transforma? ¿Qué sentimiento te recorre y nos asalta desde tus ojos y nos vela sin reparos el entendimiento, la voluntad, la capacidad de acomodarnos a tu estado?, ¿Qué tremenda congoja te brota del alma y sale a nuestro encuentro por tus ojos, por tu cara transfigurada en máscara de dolor insoportable, por tu cuerpo todo convulso, entregado sin reparos, sin juicios, sin concesiones al sentimiento obsceno del sufrimiento indoloro?
Dudo, cuando te veo llorar de esa forma, de cuál puede ser el origen de tal caudal de sentimiento, de qué edad tiene el que llora, de cuál es el motivo último del llanto.
Nunca estoy preparado para recibir el impacto, siempre me pilla con la guardia baja, y con la guardia baja dudo si correr a guarecerme, si correr a consolarte, si correr sin más a la espera de que escampe. No sé en esos duros momentos –que duro es ver llorar a tu padre como a un niño, como a un viejo, como a un enfermo- si acercarme a ti como lo que soy, tu hijo, como lo que tú me crees, tu hermano, o simplemente como alguien que daría todo lo que tiene por saber qué te pasa y encontrar un remedio que previamente sabe que no existe.
No se papa, nadie en realidad lo sabe, si lloras porque al recordar te emocionas, si lloras porque no consigues recordar o lloras porque comprendes por un momento que alguien te está escamoteando tu vida, tu tiempo, tu memoria. No lo sé, papá, nadie lo sabe, pero lo que si se es que cuando te veo llorar lo haces con mis lágrimas, lo haces con el dolor que siento, lo haces con el tremendo temor que como hombre siento ante tú indefensión que un día podría ser la mía. Y me niego a llorar antes de tiempo.
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