Acodado en el tiempo,
desde el balcón de la vida (mía)
pasean ante mis ojos
casi todos por calles estrechas,
alguno por amplia avenida,
hombres que no me interesan,
mujeres que no me perturban,
seres que, tal vez, también me contemplan
con la misma feroz apatía,
con la misma cortés simpatía
con la misma mirada abúlica,
con que yo contemplo su vida.
Y es tan así que
nada les doy pues no me motivan,
nada les quito pues no los envidio,
nada me dicen pues no los escucho,
nada les digo pues no me oirían
no se interponen porque no son presencia,
no los estorbo por falta de esencia,
no los motivo porque apenas me intuyen
mis semejantes
a los que no me parezco pues me destruiría.
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