Recorrer el tiempo aparentemente lineal
en el que me muevo sabiendo que solo es eternamente y nunca mas ha sido ni
será.
Transcurrir con el aplomo de quien es el
dueño del tiempo y sabe que el horizonte no es más que el umbral de otro
horizonte y otro discurrir igual o paralelo, de otro tramo del camino que se
recorre a si mismo hasta llegar al primero.
Cruzarse con los demás atisbando desde
cuando somos ellos, hasta cuando seremos otros, por que lo hacemos, y en la
comprensión amarlos con la condescendencia de saber que somos el mismo, con el
rigor de saber que son diferentes, con la fatalidad de saber que seremos, o
fuimos, o somos, aquello que no queremos.
Pensar, cruel pensamiento, que pocos, que
pocas veces, somos conscientes, comprendemos, asumimos, que la existencia, el
camino, no es ni un instante de un instantaneo universo que se replica, se
expande y vuelve de nuevo a ese seno que es la eternidad sin tiempo.
Siendo el yo un accidente, o no siéndolo.
Siendo la consciencia una entelequia o una visión fugaz, inesperada, de lo que
aunque quiero no expreso, no puedo, con las palabras que tengo.
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