Me duelen las manos de llamarte, de batir las palmas reclamando tu presencia. Me duele la garganta de invocar tu nombre. Necesito tus respuestas, sentarme contigo a la mesa y charlar tranquilamente, saber cual es mi lugar en el universo. De que vale el amor, que es lo justo. Entender el tiempo sin que transcurra.
Comprender la necesidad del dolor. Llevo toda mi vida acumulando preguntas y hoy necesito respuestas, necesito saber que existes, mas allá de mi existencia, garantizando un objetivo a mi consciencia, buscando una lucha que traspase las fronteras de la muerte o iniciar la pelea desde hoy mismo para negarla. ¿Eres algo más que energía ciega? ¿Abarca tu esencia algo más amplio que el Todo? ¿Se puede ser consciente de uno mismo sin haber nacido? ¿Se puede abarcar el tiempo sin pronunciar antes o después?
Al agolparse las preguntas en mi mente me siento infantil, ridículamente infantil porque me creo algo más que niño y no llego ni a serlo. Las preguntas son, a cada una que hago en voz alta, más básicas, puesto que cada una de ellas necesitaría de muchas respuestas previas, pero, se me ocurre que si quisieras tranquilizarme y me dieras la oportunidad de una única pregunta sería:
¿Eres consciente de que te pregunto?
La falta de respuesta ya lo sería.
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