domingo, 9 de septiembre de 2012

Borracho (09-2012)


Sentado en un banco junto a una mesa de madera -tal vez en tiempos lo fuera-, recubierta de la mugre que limpieza tras limpieza se arrastra transhumante  buscando otra grieta, otra astilla bajo la guarecerse hasta ser arrastrada nuevamente. La cabeza gacha, mirando al suelo, mirando esa costra indefinida  que podría relatarnos todo lo derramado, arrastrado, desechado durante tanto tiempo como lleva la taberna abierta. Y en la mano un jarro desportillado por el uso, adelgazado su barro por la erosión de los vinos contenidos, sabio por confidente, silencioso por prudente, inquieto en su permanente y discontinuo discurrir, siempre agarrado por la mano que lo reclama, relleno de un vino turbio, turbio porque ya lo era o por los barros que arranca de las inseguras paredes de la barrica que lo acuna hasta nacer, del odre viajero que lo acompaña, de la jarra que lo recibe y escancia y del jarro en el que trasegarlo en último término. “Vino –me escucho decir sin apenas entenderme, alzando el jarro solidario con la mano-“. “Compañero –brindo con el contenido- préstale a mi alma la turbia densidad que tienes cuando te ingiero.  Cálame, bébeme tu a mi hasta agotarme y que mi alma se quede prendida en esta mesa, atrapada en la untuosa capa que pretende ser madera, oculta en las grietas selladas por el tiempo trastocado en extraña materia. Necesito morir, como ayer, como hace años. Evitar que al salir el sol, al cerrar la venta, mi cadáver pretendidamente vivo vuelva a deambular solo, amargo, turbio como tú eres, reclamando que se le reconozca su esencia muerta, buscándola desesperadamente, sin acabar de hallar una mano que acompase la vida y el destino”.  Después lo apuro, con ansia, y sin acabarlo empiezo a sentirme de nuevo sediento.

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