Es
apenas un aroma, una brisa que riendo con risa de castaño longevo me visita
cuando me adentro en el paseo umbrío de un bosquecillo gallego, cuando mis
pasos, pausados, calzados con botas de siglo y medio, me aproximan al perfume
que se oculta tras el velo con que céfiro lo va envolviendo, como en un celofán
de brisas rematado por un lazo trenzado de ensueños.
Y
cuando travieso se escapa, otra vez, mientras mi olfato sabueso esta
intentando aprehenderlo, el bosque, que
está en el juego se sacude en carcajadas de pinos, de castaños, de salgueiros,
que divertidos, partícipes del devaneo, me rozan dulces con sus ramas para que
juegue con ellos
Y las
gotas del orballo que saltan desde sus hojas hasta el ropaje en el que voy
envuelto, y a mi piel, y a mi pelo y se ocultan entre risas en mi espalda, en
mi pecho, aprovechando la cueva que les ofrece mi cuello, con el leve
escalofrío, la caricia, que provocan mientras recorren mi cuerpo me invitan a
disfrutar de su vida, a perderme entre sus ramas, a saber esconderme del tiempo
y como un árbol más dejarme mecer en el viento, bañarme con el rocío y
alimentarme del suelo
Quien
pudiera transmutarse y vestido con los verdes que la bruma va reponiendo en sus
tonos verdaderos, enraizarse en el monte, vestirse de árbol viejo y con un leve
suspiro, con un mínimo anhelo, cambiar mi alma de hombre y quedarme para siempre
como uno más entre ellos.
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