Remonto la explosiva luz de un
amanecer repentino, inesperado, emotivo, intentando adaptar la retina durante
años y apenas la mirada se aclara y empieza a intuir los contornos debo de
empezar a resistir la hipnótica succión, la contaminación luminosa, la
irresistible certeza, de un ocaso que aunque cierto se mantiene a una distancia
indefinible.
Aún así, atado de pies y manos al
destino, mis ojos buscan luces, sombras, que no sean la primera ni se parezcan
a la última. Busco luces alternativas mas allá, en otros espacios y otros
tiempos e incluso intento atisbar nuevas luces al otro lado del ocre, los
violetas, los naranjas, de un ocaso que me amaga en la distancia.
Pudiera ser, pudiera, que no haya
nada que buscar, en ningún sitio, ninguna luz que permanezca antes-después de
esta degradación de un fogonazo, pero mi afán de existencia me impulsa, me
obliga, me ruega desesperadamente la trascendencia de la identidad, la
consciencia del individuo, la exigencia de la persistencia de un yo capaz de
navegar a lugares donde no exista el tiempo
Atado de pies y manos al destino
nazco, me formo, soy consciente, me rebelo, muero y como todos los demás seres
que habitan en el tiempo, espero.
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