Recibí tus abrazos, tus besos,
tus palabras, pensando que eran míos, y pensando que eran míos los tomé
haciéndolos correspondidos. No tuve rubor en hablarles a todos del cariño que
sentía en mí y por ti correspondido. Conversamos tantas veces, tanto tiempo,
conversamos con idénticas palabras y expresiones que parecían provenir de una
sola mente. Tantos ratos, tantas risas, tan iguales. Pero pasó una brisa y lo ha cambiado, una
brisa que no movió a ningún árbol, una brisa que no hizo tremolar ninguna vela,
una brisa que solo fue un suspiro, un instante suficiente sin embargo para
poner al descubierto una quimera.
En los besos asomaba la desgana,
los abrazos semejaban ligaduras, las palabras si decían no sentían, si sentían
engañaban, mentían, lastimaban. Los instantes se acortaron, los silencios
asolaban y en poco tiempo, al descuido, me sentí sangrar por mis espaldas, las
mismas que creí por ti guardadas.
He callado durante todo este
tiempo, he callado y tragado mis palabras que pugnaban por salir a voz y a
fuego porque eran hirientes, insultantes, dolidas, amargas. Pero hoy mirando
hacia dentro, a mis espaldas, he visto que no hay ya dolor, hay cicatrices y tal
vez un algo de añoranza.
Pensé al recibirlos que eran
míos, tus abrazos, tus besos, tus palabras. Y los hice por mí correspondidos.
Hoy comprendo, he aprendido, que tus abrazos, tus besos, tus palabras solo son
de aquel que te interesa, ni siquiera, tuyos solamente, alquilados, prestados,
ofrecidos como muestra errónea del contenido de un alma que solo está en tu
propia forma de mirarte, en una imagen de ti mismo por ti mismo tal vez
distorsionada. Que tu cariño no es más profundo que una gota en una superficie
plana ni perdura más allá del tiempo de enunciarlo.
Por eso, por la memoria de cuando
pensé que eran míos tus abrazos, tus besos, tus palabras, por el recuerdo del
cariño que creí haber compartido, de los instantes, de los momentos, cuando
ahora te veo te abrazo, y cuando al fin me separo no queda nada entre mis
brazos, solo un jirón de recuerdo, una leve añoranza que es como el frío de
haber abrazado a un fantasma.