miércoles, 15 de agosto de 2012

Camino


Entrado al camino, apenas dos pasos, conmueve la luz que viene al encuentro, que como polvo posado remueven los pies y airean los brazos. Es un caminar que no tiene recorrido, un movimiento que no afecta al espacio y no crea distancias, ni las acorta, ni las acota. Los pies se mueven, el camino transcurre,  la brisa acaricia, pero el lugar exacto, la distancia que me separa del principio y del final, es siempre la misma y el paso que doy es siempre el mismo paso y el punto que piso es siempre el mismo punto. Solo varía la luz que crece a cada paso que doy, la maravilla que me invade, la felicidad, la impagable sensación de que me muevo más allá de, indiferente, a las distancias.

No lo se, no puedo, no se si podría, recordarlo trascendiendo la memoria que retengo, pero tengo la vaga sensación de que si paro, si dudo, si me asomo a lo puramente racional haré de lo eterno efímero, volveré lo placentero ominoso y al perder velocidad en mi camino, al hacer los pasos menos fluidos y distraer mi mente de la pura delicia de captar la luz y disfrutarla, si me empeño en buscar su origen y explicarlo en vez de verla y derramarla, de sumergirme en ella y dejar que ella me conduzca acabaré perdiendo el paso, parando y siendo expulsado del camino. Y quién es expulsado del camino tendrá que olvidarlo y ser de nuevo iniciado para entrado al camino, apenas dos pasos, conmoverse con la luz que viene al encuentro.

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