domingo, 23 de agosto de 2015

Tus ojos

Tus ojos, papá, tus ojos y tus besos son, posiblemente, los recuerdos que más van a perdurar en mi memoria. Esos ojos de mirada perdida, lánguida, atormentada, obcecada o inocente, infantil, según los momentos que la enfermedad nos depara. Esos ojos en los que medir la situación que nos toca vivir, no en cada día que es un espacio de tiempo largo y aleatorio, en cada momento, porque cada momento es una vivencia que en nada se tiene por qué  parecer al momento anterior.
Y tus besos. Esos besos, dulces, ávidos, encadenados que me das a veces cuando al bajarte del coche me abrazas como si fuera una despedida, o los que me das por la noche cuando después de arroparte te deseo las buenas noches y tú intentas transmitirme tu agradecimiento con palabras ininteligibles y trabucadas que no solo a mí me corresponden.
Maldita enfermedad esta que sufrimos, papá, así en plural nada mayestático, porque aunque tú seas el cuerpo doliente esta es una enfermedad colectiva, una enfermedad en la que todos los que estamos a tú alrededor somos pacientes activos lastrados por síntomas de impotencia, de dolor, de sufrimiento por no poder hacer más, de resignación porque todo lo que podemos aportar es para que no empeores sin poder aspirar a que mejores.
Maldita enfermedad en la que ya sufrimos cuando absolutamente enajenado nos increpas como a torturadores sin entrañas, ajenos a tu entorno, despiadados, ya cuando la parte más luminosa de tú interior se asoma, brevemente siempre,  y nos desgarra el pensar que seas consciente, aunque solo sea por un segundo, de tu irreversible deterioro, porque entonces el sufrimiento, el que a ti te suponemos y el que nosotros sentimos llega al dolor del alma, a ese dolor que no se concreta en ningún punto físico pero te lacera hasta que brotan las lágrimas.

Solo en sueños descansamos, papá, solo en sueños y sin esperanzas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario