Al abrir los ojos oí como te
ululaba la sirena del puerto, quejumbrosa, anunciadora de destinos perdidos, de
vidas en suspenso. Me asomé entonces a la ventana y vino a recibirme tu camino,
ni brisa ni viento, tan solo el aliento que acompaña tu discurrir y tu sino. Vi
entonces que te acercabas al ritmo que el horizonte se hacía cercano, próximo,
casi yo mismo. Vi como saltabas con salto limpio las rocas de la orilla de un
mar entrevisto, entreoído, te abalanzabas sobre el interior y te enroscabas en
los caminos que discurrían entre
cercados y pinos, te abrazabas a las casas, a las luces, a los hombres que se
perdían en tu interior, extraño
intestino, y finalmente remontabas el
monte, mi casa y el mundo se hacía opaco, íntimo, húmedo de un extraño rocío
que empapaba mi cuerpo y lo hacía menos mío. Al final todo eras tú, el mar, el
pueblo, el monte, mi cuerpo, entregados a tu progreso invicto, a tu amorfa
igualdad, a tu abrazo húmedo, implacable, adormecedor y adormecido.
La Guardia, 28-08-2014
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