He invocado al mar en primera
persona utilizando los lenguajes ancestrales, y observando con el alma el
oleaje he querido escuchar con los ojos su respuesta. Las olas escribían en mi
mente palabras con acento de sal y espuma, sonido de crestas y vientos, silabas
de vida. Debieron de pasar varias eternidades antes de romper el contacto,
milenios entre frase y frase, siglos de silencios.
Cuando volví en mí nada había
cambiado, y una última ola se agitó en despedida, trepando por las rocas, por
la orilla, por el aire que la acoge y la limita, y dejando a mis pies, nunca
rendida, con simbolismo de madre y de acogida, la arena continente, la
vegetación hundida y la vida que lo habita. Y yo mismo, renacido, expulsado una
vez más del claustro primigenio, del que he nacido tantas veces, en tantas
formas, en tantas vidas.
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