Tampoco sé de qué órgano vital brotan las ideas, las
palabras que las expresan. Que impulso inabarcable, impetuoso, irreductible,
hace que se agolpen el borde mismo de mi mente consciente y se precipiten,
incluso violentamente, hasta quedar reventadas en caracteres significativos
sobre un plano que las abarca y vuelve reconocibles. No son las manos, no, que
aunque las plasman y conforman no las crean. No es el cerebro, tampoco, que las
depura y modela en un juego estético, pero no las siente. Ni es el alma, no es,
que aunque aporta la materia prima, la luz, el sentimiento, no es capaz de
darles forma ni concebirlas.
No sé de qué extraño órgano interno, intermediario entre el
alma y el cerebro, brotan las ideas, las palabras. No sé en qué recóndito e
inaccesible lugar lo inconcebible revierte en expresable. Pero me duele,
siempre me duele. Unas veces es la alegría, otras el lamento y otras, muchas,
el miedo. El terror de observar que en ocasiones las palabras no se expresan,
se diluyen, se trastocan y entonces las ideas mueren.
A Juan Pablo Laorga Roberto (JP), in memoriam