Recuperar la sonrisa a marchas forzadas cuando las lágrimas
asomando a su atalaya amenazan con precipitarse y anegar en cascada tu ánimo ya
dubitativo. Estirar, con saña si es
preciso, a su pesar si se resiste, la comisura de los labios incurriendo en el desgarro
si a ello hubiera lugar, dejando que los ojos, cómplices o tan solo
observadores, del desatino, se acomoden aunque sea obligadamente al gesto y
sincronizando los nervios faciales al efecto pretendido hasta que tu intención llegue al origen neuronal
mismo que los maneja. Secándolas sin piedad o trastocándolas en llanto de
dolor, en mensaje de determinación, de firmeza, hasta que el rictus devenga en
gesto percibido por el cerebro y lo asuma y lo devuelva como natural, sin
forzamientos, acatando tu determinación. Sin ceder ni un palmo ni descuidar la
guardia para que las traicioneras lágrimas, mensajeros del desánimo y las
cuitas, enviados del mundo circundante, no logren el objetivo de transformarte
en un valle en el que discurrir sin obstáculos ni límites. Ser feliz es un
objetivo, lograrlo tu trabajo cotidiano.
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