jueves, 2 de mayo de 2013

Arenga


Recuperar la sonrisa a marchas forzadas cuando las lágrimas asomando a su atalaya amenazan con precipitarse y anegar en cascada tu ánimo ya dubitativo.  Estirar, con saña si es preciso, a su pesar si se resiste, la comisura de los labios incurriendo en el desgarro si a ello hubiera lugar, dejando que los ojos, cómplices o tan solo observadores, del desatino, se acomoden aunque sea obligadamente al gesto y sincronizando los nervios faciales al efecto pretendido  hasta que tu intención llegue al origen neuronal mismo que los maneja. Secándolas sin piedad o trastocándolas en llanto de dolor, en mensaje de determinación, de firmeza, hasta que el rictus devenga en gesto percibido por el cerebro y lo asuma y lo devuelva como natural, sin forzamientos, acatando tu determinación. Sin ceder ni un palmo ni descuidar la guardia para que las traicioneras lágrimas, mensajeros del desánimo y las cuitas, enviados del mundo circundante, no logren el objetivo de transformarte en un valle en el que discurrir sin obstáculos ni límites. Ser feliz es un objetivo, lograrlo tu trabajo cotidiano.

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