Voy bordeando la orilla jugando
con el mar al pilla, pilla, y se enfada a ratos porque no me alcanza formando
gotas que el viento arrebata, ola sobre la roca, espuma y danza, y jugando las
trae y me las lanza.
Sigo con mi paseo, ola tras ola, suena
su canto que es poderoso. Aun así me asomo, lo llamo, casi me dejo alcanzar y
corro, yo divertido, el burlado, y eso lo pone aún más furioso.
Arranca las algas del fondo,
golpea la roca y la espuma, al batir la orilla, va cogiendo color de
mantequilla, barco de mar que solo flota, color de furia y de pesadilla.
La niebla va llegando, la han
reclamado las olas que se encrespan y el viento airado, y en su llegada va
confundiendo las gotas que trae su seno y las que el aire guarda con mimo y
celo, gotas cogidas al vuelo, gotas de mar salpicado. Las unas saben húmedo,
las otras saben salado.
Es hora de recogerse, la luz se
esconde. Es hora de guarecerse que el mar responde a la ceguera con osadía de
olas que traspasan las fronteras con que la luz ceñía la costa al mar en su
porfía. Las gotas de niebla van siendo lluvia. La luz del sol ya no se aprecia,
pero el entorno relampaguea con luz tonante, radiante, que amenaza rayo en el
horizonte que se hace más profundo según la niebla se aleja buscando al día.
El viento ya no es brisa, la luz a
ratos, el mar embravecido grita mi nombre, desde el portal de casa aún se oye,
desde la ventana lo veo entre sus olas pintado en ocres de atardecer tardío que
el agua refleja y luego esconde. He corrido más que tú, pienso, y no se si
entiende que el juego se acaba, al caer la noche.