Cuanto añoro ahora las palabras
que en otro tiempo no escuchaba, no oía. Cuanto añoro las historias mal
contadas, repetidas, que no quisieron quedarse en mi memoria. Cuanto anhelo que
pudieras, ahora, ya tarde, convertir tus balbuceos, tus inconexas expresiones,
en aquellos relatos que en tiempos me hicieron impacientarme e incluso distraer
mi atención en otras cosas aún más vanas. Cuanto daría ahora por recordar
contigo, contadas por ti, tus historia del colegio, tus correrías con tu
pandilla, las del servicio militar que ahora trastocas diciendo que tú fuiste
comandante en una cabriola chusca de tu memoria. Papá, cuéntame, aunque solo
sea por una vez, aunque te salga trabucada, trastocada, profundamente inconexa,
aquella historia que tanto te gustaba.
Viejecito, encogido, inseguro,
inconexo, maltratado por el tiempo, a mi lado, te escucho ahora con paciencia,
con la necesidad de entenderte, con la firme consciencia de que a veces se hace
tarde.
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