Todos los días entreno la muerte, cuando el cansancio me
llega, cuando el sueño me vence.
Todos los días me rindo y entrego el control de mi mente, la
consciencia de mi ego, el universo en el que medro.
Todos los días según la realidad despierta se va trocando en
sueño. Empiezo por soñar que me despierto en un ansía irrefrenable de seguir
existiendo, de seguir siendo el que era, de no sentirme muerto, de no estar
muerto.
Todos los días al dormirme la identidad del acto me acomete
y brotan al tiempo la esperanza y el miedo, y
Día a día al despertarme digo: “he vuelto”, queriendo
reafirmar que también volveré de futuros sueños, de pasados sueños, de sueños
que jalonan un camino ciertamente incierto.
Todos los días de mí vida pienso que ese día no es más que
tiempo en el tiempo, que es vida en la vida, que es tiempo de vida en el que sueño y
despierto.
Todos los días de mi vida son una búsqueda, una
incertidumbre, un anhelo. Una rendición y un relevo.
Todos los días entreno la vida que solo puede obtener el
muerto.